El rito de iniciación de los indios Cherokees.
Aquel día parecía uno más en la meseta Ozark,
hogar de los indios Cherokee. El sol iluminaba los prados y la vida
despertaba después de un largo receso invernal.
Un grupo de
guerreros regresaba contento de una mañana de caza. Ahora los animales
abundaban de nuevo y la comida no volvería a escasear. Entre la multitud
que los recibía con gritos de guerra, un muchacho los miraba
atentamente con mezcla de miedo y deseo pues, si todo salía bien esa
noche, al día siguiente él seria uno de ellos, y quizás algún día
lograría hacer honor al nombre que su padre le había puesto al nacer:
Sequooyah, como el gran guerrero.
- "Saludos, hijo; que los
dioses te bendigan y te protejan esta noche, porque probarás que eres un
gran hombre. Al bajar el sol pasaré por ti"- le dijo su padre al
pasar, mientras llevaba atados a la espalda algunos trozos de venado que
servirían de alimento para algunos días.
Sequooyah caminó inquieto
para despejar la mente. Había cumplido quince inviernos y la tradición
dictaba que debería pasar una prueba de valor para convertirse en
hombre.
Su padre lo llevaría al atardecer, con los ojos vendados, a
lo más profundo del bosque, y una vez ahí, debía quedarse sentado, sin
quitarse la venda de los ojos, y pasar toda la noche sin moverse,
demostrando que un indio Cherokee no le teme a nada. Así, el Gran
Espíritu, al ver su muestra de valor, le daría su bendición y lo
protegería por siempre, librándolo de cualquier peligro. Sólo si su
fortaleza no flaqueba, al salir el sol agradecería al Gran Espíritu y
buscaría el camino de regreso a la aldea, y una vez ahí sería declarado
guerrero, y adornarían con plumas su cabeza y sería un hombre de
respeto, por todos reconocido.
El miedo comenzó a apoderarse de Sequooyah. Había esperado aquel día mucho tiempo, pero ahora deseaba postergarlo...
También existía la posibilidad de que muriera esa noche, y tenia que
encontrar valor para afrontar su destino. Le preguntó a los jóvenes que
apenas la primavera pasada habían superado esa prueba, pero ninguno
quiso decirle una sola palabra.
- "Eso tienes que descubrirlo por ti mismo" - le decían.- "Cada guerrero tiene diferente camino"
-. Y el terror volvía a su mente. Imaginaba lobos, serpientes y mil
peligros acechándolo mientras él estaba sentado indefenso, con los ojos
vendados, en medio de la nada. Tenía miedo, pero ése era su destino y lo
aceptaría tal y como dispusiera el Gran Espíritu.
Fue en ese
momento que decidió que no correría ni se escondería. Haría frente a lo
que sucediera y le daría honor a su padre al demostrar que era digno de
aquel nombre.
Regresó a la aldea y realizó los preparativos que
dictaba la tradición. Se despidió de su madre y le besó las manos en
señal de agradecimiento. Honró y se postró ante los ancianos y recibió
los últimos consejos. Se pintó la cara de rojo y blanco, colores que
portan los guerreros con orgullo. Dejó el cuchillo y el arco, pues era
necesario ir sin armas a su prueba. Saludó al viento y le pidió que le
ayudara en aquella terrible noche. Le dijo al sol que esperaría
pacientemente su salida; que mañana, cuando se vieran, sería un hombre
al que vería, y no al niño que ahora hablaba. Y, por ultimo, pidió la
protección al Gran Espíritu.
- "Ya es la hora" - le dijo su padre.
Sequooyah lo miró y su padre se llevó una mano al corazón. Lo estaba
saludando por primera vez como un guerrero, como lo hacen los grandes y
valerosos Cherokees, y ese gesto lo inundó de orgullo y valor.
Tomó
su padre un lienzo y, después de bendecirlo, le cubrió los ojos con el
mismo; y tomándolo de la mano lo llevó fuera de la aldea, caminando
ambos en silencio. El sol comenzaba esconderse cuando se internaron en
el bosque, hasta que por fin detuvieron su paso.
- "Éste es el
lugar, hijo mió, donde tienes que demostrar tu valor y coraje. Deberás
sentarte aquí, en este tronco, y esperar el nuevo día" – comenzó a hablar su padre - "no
podrás moverte de este sitio; pero, lo más importante, no podrás
quitarte para nada la tela de tu cara. Es aquí hijo mío, donde el Gran
Espíritu probará tu temple y, si decide bendecirte y regalarte la luz de
un nuevo día, buscarás el camino a casa, y te recibiré con gran júbilo y
seremos iguales, hermanos de raza y espíritu, y tendré el orgullo de
salir en tu compañía. Juntos libraremos batallas, juntos iremos de
cacería y traeremos el sustento para nuestra gente. Hasta el sol de
mañana, hijo mío, que el Gran Espíritu te guíe".
Y Sequooyah
escuchó los pasos de su padre al alejarse. Y trató de ser como él. Se
preguntó cómo habría actuado el día de su ritual y se le imaginó seguro
de sí mismo, desafiante a los peligros, orgulloso como siempre ha sido y
con la cabeza en alto.
Pero las cosas no resultaban fáciles. Los
ruidos nocturnos lo aterraban; su valor se redujo cuando escuchó un
ruido seco a sus espaldas. Definitivamente había algo allí, y no
imaginaba lo que podía ser. Sintió deseos de salir corriendo y su único
consuelo fue la figura imaginaria de su padre, y se aferró a ella.
Aguardó por un momento; luego sintió algo que se arrastraba a sus pies y
se imaginó que, en cualquier momento, caería bajo el veneno de alguna
serpiente, e imploró al Gran Espíritu protección, y esperó.
Larga
fue su agonía, pero permaneció inmóvil. Cumpliría con su deber aunque
eso le costara la vida. La noche continuó lentamente su paso; parecía
que se había detenido en el bosque para siempre.
Luego escucho un
gruñido a sus espaldas, y la esperanza se fue de su corazón en un
segundo. Conocía bien ese ruido; sabía que todo había terminado y que no
había forma de ver un nuevo sol si el lobo lo atacaba en medio de la
noche, estando él indefenso y desarmado.
El terror se apoderó del
joven guerrero. Por un instante pasó por su cabeza la idea de quitarse
aquella venda y huir, pero no podría vivir jamás con aquella afrenta, y
pensó una ultima vez en su padre y en la tristeza de que encontrara su
cuerpo sin alma. Pero ese era su destino y se quedo ahí sentado
esperando el ataque del animal... pero de pronto todo se calmó; y sintió
que, de verdad, el Gran Espíritu lo protegía.
Sabia que faltaba muy
poco para la salida del nuevo día y sólo deseaba ver a su padre y
comenzar su nueva vida... y con esos pensamientos en la mente sintió el
calor del sol en su piel.
Agradecido se quito aquel lienzo y se
froto los ojos. Tardó unos instantes antes de acostumbrase a la luz de
aquel hermoso día, cuando a su lado vio sentado, muy cerca de él , a su
padre, con una sonrisa de satisfacción en el rostro y el arco aún en la
mano. Detrás de Sequooyah yacía un gran lobo blanco con una flecha en el
costado, y entonces entendió todo.
- "Estuviste conmigo todo el tiempo" - dijo Sequooyah.
- "Un padre siempre protege a su hijo. Ahora, vamos a casa. Celebremos la llegada de un nuevo guerrero"-