Cómo seguir siendo unos ceporros
Rosa Montero. El País Semanal.10/6/2.012
Qué tremendo el estudio internacional sobre la Ciencia que la
Fundación BBVA publicó hace un par de semanas. Demuestra lo que, por
otra parte, ya me temía: que los españoles somos unos verdaderos
ceporros en lo que respecta al conocimiento científico. El trabajo
analiza y compara 11 países, 10 europeos, incluido el nuestro, y Estados
Unidos. Ni que decir tiene que quedamos los últimos. El 46% de los
españoles no supieron nombrar a un sólo científico de cualquier época y
país. Ni atinaron con Einstein, vamos. Somos la sociedad con un
porcentaje mayor de desconocimiento. Los siguientes peores son Italia
(30.5%), Estados Unidos (27%) y Reino Unido (26.8%), todos, en cualquier
caso, considerablemente menos borricos que nosotros. El mejor resultado
lo dio Dinamarca: sólo un 14.7% no contestó.
Además se planteaba a los participantes (mil 500 adultos de cada
país) una serie de enunciados que había que clasificar como verdaderos o
falsos. Estas son algunas de las cuestiones: la extracción de células
madre de embriones humanos se hace sin destruir los embriones. Los
antibióticos destruyen los virus. Los átomos son más pequeños que los
electrones. Hoy por hoy no es posible transferir genes de seres humanos a
animales. ¿Te sabes las respuestas? Los españoles las hemos contestado
tan mal que hemos cateado: el estudio clasifica a los países en tres
grupos y nosotros estamos en el último. Los más enterados son Dinamarca y
los Países Bajos. Luego viene el grupo medio, compuesto por Alemania,
Austria, Francia, Reino Unido y Estados Unidos. Y por último el pelotón
de los torpes: Polonia, Italia y España de farolillo rojo. Ahora
entiendo por qué la ciencia ficción es el género literario más detestado
entre los españoles: no nos gustan las fantasías (en este país
ásperamente realista, el pobre soñador de Don Quijote era considerado un
loco ridículo) y la ciencia nos produce estupor y urticaria.
Siempre me ha parecido bastante inquietante no sólo la ignorancia
científica que lucimos, sino la placidez con que llevamos esa
ignorancia. Y estoy hablando incluso de la gente que se considera más o
menos informada. Todo el mundo está de acuerdo en pensar que alguien que
no sabe quién es Shakespeare es un inculto, y desde luego tienen toda
la razón. Pero no saber qué es la entropía, por ejemplo, me parece
igualmente muy grave y, sin embargo, no está ni mucho menos tan mal
visto. Claro que en España siempre hemos sido muy dados a loar la
burricie en su versión más amplia y absoluta, más allá de estas
nimiedades de lo literario o lo científico. Una amiga lectora me ha
recordado el famoso artículo “En defensa del analfabetismo” que escribió
Julio Camba en el Abc en 1931: “El analfabetismo, como causa de atraso y
de barbarie, es una superstición de nuestras izquierdas. ‘Hay que
leer’, se dice; pero, ‘¿Qué es lo que hay que leer?’, preguntaría yo.
Para mí este punto es de una importancia capital, y mientras alguien no
me lo aclare de un modo satisfactorio, votaré por el analfabetismo. (…)
si España quiere conservar la originalidad de su carácter y de su
inteligencia tiene que poner a salvo de las pamplinas periodísticas y
los lugares comunes literarios a un 50%, cuando menos, de su población”.
Y lo decía Camba, que era un escritor muy gracioso, y que empezó
coqueteando con el anarquismo, aunque terminó instalado en el
franquismo. Ah, este canto a la España diferente, cateta e iletrada
sigue dando sus frutos. Por cierto: los cuatro enunciados que he
mencionado antes del estudio del BBVA son todos falsos (aunque Nature ha
publicado recientemente un par de métodos para extraer embriones sin
tener que destruirlos).
Obsérvese, por otra parte, que los tres países peor clasificados son
católicos, cosa que yo diría que no es casual. Sin duda hay científicos
brillantes que además son creyentes y que saben separar la fe del
conocimiento; pero la Iglesia en sí como horma social y cultural no se
puede decir que haya sido muy proclive a los científicos, teniendo en
cuenta su tendencia a churruscarlos en la hoguera y su proverbial
inmovilismo teológico. Como viene a decir el filósofo Sam Harris en su
libro El fin de la fe, ¿en qué materia de estudio, en qué facultad
universitaria se podría sostener que la última aportación importante a
esa ciencia se ha producido hace siglos, por no decir milenios? En fin,
el catalán Joan Massegué, una de las autoridades mundiales en la
investigación oncológica, puso el grito en el cielo hace dos semanas
denunciando el recorte del 25% en I+D que ha hecho el Gobierno: para
Massegué eso es destrozar nuestro futuro científico. Pues nada, hombre,
lo destrozaremos tan campantes y así seguiremos conservando nuestra gran
originalidad de carácter y de inteligencia.
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